Mi segunda vez en Río, es nuestra segunda vez en Río.
Conversaciones de siempre y para siempre, aeropuertos, abrazos y turbulencias.
Es hermoso solearse, es cierto, pero nada me fascina más que no percibir la ausencia del sol. Río es así, por segunda vez nos empapa en garúa, nos regala horas de sueño y prendidas a nuestros pies, muy prendidas a estos pies, salimos a vivir en la ciudad maravillosa.
Mi primera vez en la cidade fue violenta, me vistió de capa, me regaló la fiesta más increíble de mi vida, me incineró y me obligó a conocer lo que a todos.
El cristo, sí. El pan de azúcar, sí. El sambodromo, sí. El maracaná, sí. El jardín botánico, también.
Pero esta vez, en un mix de sol y lluvia -de sol y tormentas- convirtió sus calles en nuestra vista, nos perdió en cada barrio, nos habló de su gente, de su amabilidad, de sus sonrisas, de sus colores, su cabellos, sus artesanos, sus choferes, sus sabores.
Río de Janeiro nos hizo subir en colores, artistas, paisajes, países y refranes para luego bajar en manifestaciones, al centro, a lo ordinario, a la rutina. Nos paseó, nos confundió, nos sentó a tomar un té, un café del pasado y nos hizo bailar en el presente.
Conversaciones de siempre y para siempre, aeropuertos, abrazos y turbulencias.
Nos dio tanta risa, tanto cansancio y tanta alma.